EL INSTITUTO CAJAL. Cien años de historia.
                                     por Facundo Valverde (*)
                                                                                                                                                                  
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Antecedentes.

El Laboratorio de Investigaciones Biológicas.
El primer Instituto Cajal.
El Instituto Cajal en el Centro de Investigaciones Biológicas.
El legado y museo Cajal.
El Departamento de Biofísica. 
El Instituto Cajal durante las décadas de 1960 y 1970.
La renovación del Instituto Cajal.
Bibliografía y referencias.

     Antecedentes. Se conoce con el nombre de generación del 98 a un grupo de escritores que se vieron profundamente afectados por la crisis política y social desencadenada por la derrota militar en la guerra hispano-norteamericana que dio lugar a la pérdida y vergonzante venta en almoneda de las últimas posesiones españolas de ultramar. A raíz de aquellos hechos surgió la necesidad de promover un movimiento que cristalizase en un sentimiento crítico que sirviera de ejemplo para la renovación del secular atraso cultural y científico de España.         

             Este movimiento regeneracionista, surgido bajo el liderazgo de Joaquín Costa; contaba con destacadas figuras de la política que, atraídos por sus ideales de modernización, constituyeron una fuerte corriente intelectual que comenzó en 1898, fecha que luego será epónima de la generación, con figuras tan destacadas como Miguel de Unamuno, Ramón María del Valle Inclán, Pío Baroja, Ramiro de Maeztu, Antonio Machado, etc.

            Cajal había llegado a Madrid en 1892 después de haber obtenido la cátedra de Histología y Anatomía Patológica de la Facultad de Medicina. Madrid celebraba alegremente el cuarto centenario del descubrimiento de América sin pensar que, solamente seis años después, mediante los acuerdos de Paris del 10 de diciembre de 1898, España acabaría perdiendo hasta las últimas posesiones que le quedeban de lo que aquel descubrimiento ahora estaba conmemorando. Cajal gozaba ya de un amplio prestigio internacional tras la publicación de buena parte de sus descubrimientos realizados en las Universidades de Valencia y Barcelona, en revistas nacionales y extranjeras y en la Revista trimestral de Histología normal y patológica, que él mismo había fundado para publicar sus trabajos.  Cajal quedó profundamente afectado por el "desastre del 98" hasta el punto de que su empuje productivo quedó seriamente mermado, como él mismo recuerda, precisamente en un momento en el que trabajaba con entusiasmo en la organización de las vías ópticas y sobre el significado del entrecruzamiento de los nervios ópticos, un trabajo fundamental que hubo de aplazar. Repuesto de aquel abatimiento, continuó su trabajo con renovado entusiasmo saltando al ruedo político para intervenir en numerosas tertulias, dando conferencias y publicaciones de carácter divulgador que acrecentaron notablemente su figura como renovador de la ciencia, viajero de primera clase en el ideario de la generación del 98 que situaron a Cajal en el contexto académico, intelectual y político de aquella época.  

           De los 80 y pico años de existencia física del Instituto Cajal, más de la mitad de ellos (1958-2005) los he pasado como miembro activo de esta institución, primero con mi nombramiento oficial como "becario sin beca", recién acabada la carrera de Medicina, y finalmente como Profesor de Investigación. Es más, probablemente yo sea una, sinó la única, persona que ha vivido, como estudioso primero e investigador después, en las tres sedes que el Instituto ha tenido hasta ahora. Cuento por ello con toda una serie de vivencias que, al desfilar por mi memoria, me traen el recuerdo de compañeros, personas, situaciones y anécdotas que creo merece la pena de no olvidar. En realidad, son recuerdos personales descritos desde mi particular punto de vista; es, pues, mi historia (1) conteniendo la descripción de hechos y situaciones de tan singular institución aderezados con algunas reflexiones personales. 

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             El Laboratorio de Investigaciones Biológicas. A partir de 1897 un impulso importante para la figura de Cajal fue la serie de conferencias dadas en el Ateneo madrileño y toda una serie de artículos dedicados a la regeneración del país aparecidos en la prensa liberal de la época (2). La primera demanda seria y directa de la creación de un instituto propio para Cajal apareció en Vida Nueva, una revista literaria, de marcada independencia ideológica, fundada por Eusebio Blasco. En su primer número del 12 de Junio de 1898, firmado por Elleide, podemos leer:

"Sería muy justo, y muy conveniente, que España hiciera con Cajal, lo que Francia ha hecho con Pasteur, dedicándole un Instituto, en el que el célebre histologista, encontrase todos los medios de estudio, de experimentación y de enseñanza, y que ayudado de otros hombres que en España se dedican al estudio de las ciencias naturales, tuvieran allí digna representación, constituyendo una escuela de estudios superiores; esto sería no solo una obra de gratitud hacia Cajal, sino un beneficio grandísimo y necesario para la ciencia española: de esta suerte, vería el mundo entero que entramos en la vida moderna, que tenemos grandes aspiraciones y fe en el porvenir, que no somos una nación moribunda, y que empezamos honrando á nuestros sabios; que no solo premiamos nuestros héroes de guerra, sino que premiamos también á los héroes del pensamiento." (3)
                

               Tras la concesión del premio de Moscú en la sesión de clausura del XII Congreso Internacional de Medicina celebrado en Paris, la prensa médica contribuyó a resaltar aun más la imagen de Cajal como renovador de la ciencia y varias revistas (El Siglo Médico,  La Correspondencia Médica, Vida Nueva, entre otras) publicaron extensos artículos, y, en repetidas ocasiones, insistiendo en la necesidad de la creación de un laboratorio propio para Cajal. De esta forma, la extraordinaria y persistente labor ejercida por el "cuarto poder" hizo despertar la conciencia de los gobernantes de aquella época y el gobierno de Francisco Silvela acordó finalmente crear el Laboratorio de Investigaciones Biológicas, cuyo Real Decreto fue firmado por la Reina María Cristina como Regente el 16 de octubre de 1900.

           En principio se pensó que el laboratorio funcionaría dentro del Instituto Sueroterápico o Instituto Alfonso XIII del que Cajal era director desde 1899, idea que no prosperó ya que el propio Cajal deseaba disponer de una institución independiente sujeta a su absoluto control. También se desestimaron otras varias proposiciones hasta que finalmente se instaló, primero en un hotel de la calle Ventura  de la Vega para trasladarse posteriormente, por iniciativa del conde de Romanones, ministro de Instrucción Pública, al Museo Antropológico del Dr. Velasco en el Paseo de     Atocha de Madrid, ocupando el ala meridional del segundo piso y una parte del tercero. Paralelamenmte, se propuso por los ministros de Hacienda y Obras Públicas la forma de proveer los fondos necesarios por cuenta del Estado, mientras que la subvención personal quedaría a cargo de Instrucción Pública.

           Allí estuvo Cajal trabajando durante más de 20 años. Podríamos decir que "el grueso" de su publicación científica se produjo entre estas paredes. Fue el gérmen donde empezaron a formarse varios de sus más conocidos discípulos.

           Aquel Laboratorio quedó formando parte de la Junta para Ampliación de Estudios (JAE), creada en 1907 para promocionar la investigación y la enseñanza en España. La JAE contaba, además, con programas de intercambio de profesores y alumnos y con el establecimiento de becas para estudiar en el extranjero. Allí se formaron y trabajaron los mejores intelectuales y científicos de España entre 1907 y el golpe de estado de 1936. En realidad puede decirse que la época que va desde 1888, hasta la jubilación de Cajal en 1922, fue uno de los periodos más fructíferos de la investigación del Sistema Nervioso realizados en España, y tal vez en el mundo, en donde Cajal realizó prácticamente la totalidad de su ingente obra, como puede atestiguarse viendo la lista de publicaciones del propio Cajal y sus discípulos, referenciadas al final de su biografía (4). Aquel fue el semillero donde prácticamente se formaron los discípulos que integraron lo que vino en llamarse la Escuela de Cajal.

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             El primer Instituto Cajal.  El Instituto Cajal tiene unos antecedentes que se remontan a finales del siglo XIX, cuando Cajal era reconocido en el extranjero, no solo por sus trabajos  sobre la fina estructura de los centros nerviosos, sino además por haber recibido varias distinciones científicas y por el espaldarazo obtenido tras su intervención en el Congreso de Anatomía de Berlín en 1889. El Instituto comenzó oficialmente su andadura a principios de 1920 cuando, a instancias de Natalio Rivas, a la sazón ministro de Educación y Cultura, el Rey Alfonso XIII firmó un Real Decreto por el que se creó un Instituto dedicado a la Investigación Biológica que llevaría por nombre el de Instituto Cajal. Allí se trasladaría el antiguo Laboratorio de Investigaciones Biológicas donde Cajal había trabajado durante casi treinta años. En realidad,  es posible que Cajal solo hubiese pisado el Instituto el día de su inauguración y poco más, pues debido a su precario estado de salud, nunca llegó a trabajar en él, lamentando amargamente que aquel suntuoso edificio representase para él su noble epitafio. Cajal murió en Octubre de 1934, un año después de finalizar las obras del nuevo Instituto.

          El edificio empezó a construirse en 1922 en el Cerro de San Blas, junto al Observatorio Astronómico, y allí permaneció hasta 1957. Fue proyectado en principio como un gran centro de investigación que incorporara diversos laboratorios. Daba la impresión de que se aprovechó el suntuoso edificio para que cada uno instalase la tienda en donde trabajar en disciplinas diferentes, además de las propias referentes al Sistema Nervioso. El edificio, de dimensiones realmente espectaculares para la época y debido a ciertos problemas de financiación, no se inauguró hasta 1933, más de diez años después, y ya durante la etapa de la Segunda República.  En suma, hasta poner la bandera en el tejado de aquel instituto, habían pasado más de 30 años desde aquella campaña que comenzara a finales del siglo XIX proponiendo razonadamente, una y otra vez, la construcción  de un instituto dotado de los medios adecuados donde el sabio y sus discípulos dispusieran de todos los medios posibles para la investigación y la enseñanza. 


         El edificio constaba de cinco alturas, distribuidas en tres plantas, otra a nivel del suelo y sótano. En el piso superior se instaló el Instituto de Endocrinología Experimental y otros laboratorios de Bioquímica, Fermentaciones y Fisiología; en el primer piso se encontraba el Laboratorio de Neurohistología dirigido por el Prof. Fernando de Castro.

          Durante su primera andadura, el Instituto Cajal estuvo en gran parte financiado por la Junta de Pensiones e Investigaciones Científicas gracias a la cual se crearon becas y se facilitó el intercambio de investigadores con numerosas instituciones extranjeras. Era un edificio en donde yo estuve por primera vez, casi al final de su existencia en 1956-57, y donde tengo yo pasado muchas tardes cuando iba a estudiar a la salida de algunas clases de la Facultad de San Carlos en Atocha, donde cursaba los últimos años de la carrera. Lo recuerdo grandioso y desproporcionado en su conjunto con enormes salas de altos techos y una impresionante fachada.

          El Profesor Fernando de Castro describía así el edificio:

       "Era de grandes dimensiones: cuatro plantas y un subsótano - «un magnífico palacio», como decía don Santiago-, aunque fuese horrendo por fuera, desproporcionado en su conjunto y con grandes espacios perdidos en su interior. En cada planta había numerosas habitaciones o cuartos de trabajo, amplísimos -muchos de ellos tenían una superficie que oscilaba entre los 70 y los 100 metros cuadrados- y con gran altura de techo -unos 5 metros-, destinados a los ayudantes y becarios. Además disponía de un espléndido salón, con grandes ventanales, dedicados a la biblioteca, en cuyos anaqueles estaban distribuidos un centenar de revistas y libros sobre materias afines a las tareas del centro; constituía una de las mejores bibliotecas de Europa en materias de Neurología y Biología, conteniendo más de 5.000 volúmenes y separatas, unas 14.000, de valor incalculable, regaladas por don Santiago. En fin una cátedra, para conferencias y cursos, y una sala de juntas, ambas magníficas, completaban el Instituto"

            El Instituto Cajal disponía de una biblioteca, en mis tiempos al cuidado de Mª Angustias Pérez de Tudela y de la hermana de Villaverde, celosas guardianas de libros, colecciones de revistas, muchas de ellas regalo de investigadores extranjeros a Cajal, así como otros documentos y dibujos del propio Cajal de indudable valor histórico y científico. La verdad es que poco más puedo yo contar de su organización interna, remitiéndome para ello a las semblanzas y recuerdos que describe Escalona (5). Nunca tuve ocasión de penetrar en su interior, pues lo único que hacía era entrar en la biblioteca y pedirle a Mª Angustias que me dejase ver la Opera omnia de Camilo Golgi, leer y admirar algunos artículos y dibujos del propio Cajal en los Trabajos y estudiar algún texto de Fisiología, dado mi creciente interés por el estudio del Sistema Nervioso.

             Por lo que he oído y leído, podrían contarse con los dedos de la mano, y aun sobrarían algunos, las veces que Cajal visitó el Instituto que lleva su nombre. Él mismo  menciona agriamente, en la descripción de los achaques de su vejez (6):   "La despreciable altura del Cerro de San Blas se me antoja la cumbre de la Maladeta, y la cuesta de Atocha, la falda del Mont-Blanc". Aun de avanzada edad, sabemos que tenía instalado en su domiciliio su lugar habitual de estudio y trabajo, la cueva, como él mismo lo llamaba, donde contaba con una copiosa biblioteca, sus utensilios de trabajo y correspondencia particular, lugar que utilizó hasta su muerte.

            En 1933 Cajal había nombrado a J.Francisco Tello director del Instituto.  Después de la guerra civil española (1936-1939) el Instituto Cajal había quedado muy dañado, incluso fue ocupado por un grupo de milicianos que se supone no fue allí precisamente a estudiar o a investigar. Tuvo que ser reconstruido en parte, quedando adjudicado al patrimonio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en 1940. Ese mismo año Enrique Suñer Ordoñez es nombrado director, ostentando el cargo hasta 1941 cuando fue sustituido por Juan Marcilla Arrazola, catedrático de Microbiología y Enología en la escuela de Agrónomos de Madrid. Nunca entendí qué relación pudo considerarse que existía entre el vino y las neuronas, pero el caso es que Marcilla dirigió el Instituto hasta 1946, cuando fue sustituido por Julián Sanz Ibáñez, catedrático de Anatomía Patológica en la Facultad de Medicina de la Universidad de Madrid (7).

              Tras los desastres ocurridos en la guerra civil de España, se completó el desguace institucional de la Escuela de Cajal que sepultó al Instituto prácticamente en el olvido. Sus integrantes quedaron dispersos por varias partes del mundo, especialmente en América. A Tello se le abrió expediente administrativo al finalizar la guerra, quedando apartado del cargo y expulsado de la Real Academia Española de Medicina siendo sustituido por José María del Corral García en la dirección del Instituto. En el proceso de depuración, se esgrimieron las razones más peregrinas que uno pueda imaginar: no ir a misa, no tener bautizados a sus hijos y haber desempeñado cargos en el Madrid republicano. Muchos de los componentes de la Escuela de Cajal se exilian de España; Lorente de Nó ya hacía algún tiempo que había marchado a Estados Unidos de Norteamérica, "Yanquilandia" como la llamaba Cajal. Nicolás Achúcarro había muerto muy joven, en 1918, contando tan solo 37 años de edad. José María Villaverde murió asesinado al inicio de la guerra. Lafora y Costero se marcharon a Méjico, Río Hortega a Argentina, Rodríguez Pérez y Herrera incorporados al ejército republicano, tuvieron que huir en épocas posteriores y Francisco Tello y Fernando de Castro, que permanecieron en España, fueron depurados, quedándose al cuidado de lo que quedaba del Instituto Cajal (8, 9).

           En definitiva, la guerra civil española interrumpió la consolidación de una ciencia que había nacido bajo los diseños culturales de la Junta para Ampliación de Estudios (JAE). La dictadura de Franco vio en ella la ideología que había inspirado la guerra civil y por ello había que eliminarla a toda costa. En consecuencia se emprendió un proceso de purga y eliminación, particularmente intenso en las Universidades, donde muchos catedráticos y profesores fueron expulsados de sus cátedras y centros de investigación o asesinados, desmantelando y eliminando toda la estructura científica española que ya había comenzado a dar sus frutos (10). Una triste y lamentable historia que convirtió a España en uno de los países más subdesarrollados del continente europeo. Cajal había sido presidente de la JAE desde su fundación en 1907 hasta su muerte en 1934, dos años antes de comenzar la guerra civil. Ignacio Bolívar, sucesor de Cajal al frente de la JAE, tuvo que huir de España al comenzar la guerra.

         

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         El Instituto Cajal en el Centro de Investigaciones Biológicas.  El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) se creó en 1939  sobre las cenizas de la extinta JAE. Intervinieron activamente en su organización José Ibáñez Martín, Ministro de Educación Nacional durante la dictadura franquista y primer presidente del CSIC, y José María Albareda Herrera, miembro del Opus Dei quien había sido nombrado secretario general del CSIC, cargo que desempeñó hasta su muerte en 1966. A la nueva institución se transfirieron los locales y competencias de la  JAE, así como todos aquellos centros de investigación que no estuvieran vinculados a las Universidades (11). Dos años después, el Instituto Cajal quedó adscrito al CSIC con lo que perdió gran parte de su identidad y, en 1957, quedó instalado en el nuevo edificio del Centro de Investigaciones Biológicas (CIB), en la calle de Velázquez, nº 144. Allí compartió edificio con otros institutos de investigación de nueva creación dependientes del CSIC, afines a la Biología y otros que habían quedado dispersos en varios lugares de la capital.  

            En el nuevo edificio del CIB, al Instituto Cajal se le adjudican la planta baja y la segunda y tercera plantas, que daban a la calle de Velázquez y parte de la torre central donde estaba el "animalario" (por llamarlo de alguna forma) y el quirófano. Allí se había de instalar en años posteriores, uno de los primeros microscopios electrónicos que se compró a la casa Zeiss. El Instituto contaba además con un salón de actos, que posteriormente pasó a ser de uso general para el resto de los Institutos del CIB, así como un espacio para albergar el Museo Cajal, depositario de las pertenencias del propio Cajal de caracter científico y personal.
 

            El CIB había sido inaugurado por Franco el 8 de febrero de 1958. En aquella época yo estaba aún como alumno interno en la Clínica de la Concepción del profesor Jiménez Díaz y no recuerdo porqué razón ese día había decidido ir a estudiar a la biblioteca del Instituto Cajal. Totalmente ajeno a la visita programada de Franco, entré en el vestíbulo y me llamó la atención un grupo de personas que discutían acaloradamente mirando por la puerta abierta dentro del hueco del ascensor. Tan enfrascados debían de estar en su charla que nadie se dio cuenta de mi presencia. Subí la escalera, entré en la biblioteca y me dispuse a hojear los últimos números de algunas revistas. No había nadie. Posteriormente alguien me contó que lo que aquellas personas discutían era si el ascensor sería seguro para el caso de que Franco decidiese subir a visitar alguno de los laboratorios en las plantas superiores. Estando ya en la biblioteca, confortablemente sentado e ignorante de cuanto ocurría a mi alrededor, entró de pronto un sujeto, que debía ser algún policía de seguridad, pues llevaba un teléfono en la mano del tamaño de un ladrillo del que sobresalía una larga antena, y, bastante sorprendido por mi presencia, me dijo que yo no debería estar allí y que lo que debía hacer era irme para mi casa. Era la primera, y única, vez que fuí expulsado del Instituto Cajal.     

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      El Legado y Museo Cajal. El Instituto Cajal guarda lo que ha venido en llamarse el Legado Cajal, pertenencias que el propio Cajal deseaba fueran conservadas en el Instituto cuando él falleciese. Cajal había nombrado, como sus únicos y universales herederos de todos sus bienes, acciones y derechos, a sus cinco hijos. En uno de los apartados de la testamentaría figura un legado al Instituto Cajal por el que se ceden todas sus preparaciones histológicas y algunos instrumentos científicos (dos microscopios, una máquina de fotografía y un microtomo). Posteriormente,  sus hijos y herederos tuvieron la idea de crear un museo, unido siempre al Instituto Cajal, que sirviese de recuerdo para enseñanza y estímulo para futuras generaciones y,  para hacerla realizable, los hijos de Cajal facilitaron numerosos objetos como los premios, medallas, títulos académicos, condecoraciones, etc. que consideraron de interés cultural y científico, así como otras pertenencias de su ajuar doméstico (fotografías, pinturas, manuscritos, cartas, etc.), en cantidad suficiente como para organizar un museo que recordase de forma permanente la personalidad humana y científica de su padre. La aportación fue gratuita, sin límite de tiempo y no se hizo renuncia a su propiedad. Estos son los fondos que constituyen el museo y al que se conoce con el nombre Legado Ramón y Cajal y del que el Instituto es actualmente depositario (12).

            No obstante hay que reconocer que, a lo largo del tiempo, el Legado de Cajal ha sufrido lamentables negligencias y desidias en su conservación. Se sabe que Cajal, sobre todo después de la concesión del premio Nobel en 1906, mantuvo una intercambio postal muy activo y frecuente con otros científicos. En su estudio sobre la correspondencia de Cajal (13), Santarén menciona que el epistolario completo, que custodiaba, o debía custodiar, el Instituto Cajal, podría contener unas 15.000 cartas enviadas o recibidas por Cajal, quedando tan sólo un 25%  de ellas, quizás las de menor valor. Parece ser que gran parte del resto fueron sustraidas del instituto en 1976 y ofrecidas y vendidas a una librería de viejo en Madrid. Esas cartas acabaron en la Biblioteca Nacional que, por lo menos, las ha conservado en perfecto estado. Yo mismo pude constatar que buena parte de las preparaciones histológicas de Cajal, permanecían en bandejas deslizantes de algún armario de donde cualquier visitante pudiera llevarse las que quisiera. También he de mencionar que, durante mi estancia en algún centro extranjero que visité, alguién me mostró auténticas preparaciones de Cajal con su etiqueta manuscrita guardadas como oro en paño.

 

                El museo Cajal se inauguró por primera vez en 1945 en el primer emplazamiento que tuvo el Instituto en el Cerro de San Blas. Posteriormente fue trasladado al nuevo Instituto Cajal en el CIB en una habitación de menor tamaño pero perfectamente acondicionada para albergar una buena muestra del Legado de Cajal donde se cubrieron las paredes con todos sus nombramientos, medallas y honores.  En las vitrinas del museo podían verse desde el diploma de concesión del Premio Nobel firmado por el Comité Internacional que le concedió el premio, hasta sus gafas y las navajas de barbero con su afilador de cuero que utilizaba para suavizar la navaja y así obtener los más finos cortes histológicos. Podían contemplarse también manuscritos de algunos de sus trabajos, varios dibujos originales y pequeños cuadernos de notas en donde se detallaban, cual experto "chef", las cantidades y componentes de alguna receta para la tinción de tejidos, escritos en el más puro, directo y expresivo lenguaje que utilizara Cajal. En más de una ocasión, tuve que explicar a algún visitante, que no conocía la lengua de Cervantes, y al que había acompañado a visitar el noble aposento, que me preguntaba: "what is a pizca of neutral red" o quería saber "how many milliliters contain one chorrito of formaldehide". Había también armarios de preparaciones con elaborados labrados en madera de nogal, en donde aún podían admirarse lo que quedaba de algunas de sus mejores preparaciones (14) y una mesa, que decían había sido su lugar de trabajo, con frascos, balanzas, pocillos, un microtomo de deslizamiento y un microscopio monocular de dudoso origen y procedencia.
          
           La toga y el birrete de académico tapizaban una silla de alto respaldo que acompañaba la mesa. En una de las esquinas del aposento había lo que alguien llamó el "macroscopio" de Cajal, un enorme telescopio que tal vez sirviera para contemplar lo infinitamente grande después de haber examinado y estudiado lo infinitamente pequeño y que aun puede verse en la nueva sede que el Instituto tiene en la Avenida del Doctor Arce de Madrid. Una mascarilla post-mortem realizada por el escultor Juan Cristóbal tal vez contemplara a los visitantes desde el más allá. El museo sirvió durante años de visita obligada para admiración de propios y extraños que de una u otra forma pasaron por la institución.  
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          El Departamento de Biofísica. En 1960 entré como becario en el Departamento de Biofísica, donde estaba como jefe el Profesor Antonio Fernández de Molina, quien me había ofrecido trabajar en su departamento. En aquel momento, el Departamento de Biofísica funcionaba como una célula independiente en el Centro de Investigaciones Biológicas. Unos meses después el Departamento quedaría adscrito al Instituto Cajal del que formaría parte.
El Profesor Antonio Fernández de Molina había nacido en Bujalance (Córdoba). Estudió la carrera de Medicina en Madrid, doctorándose en 1947. Estuvo como Investigador Asociado entre 1949 y 1957 en diversos laboratorios de Ginebra, Berna, Londres y Zürich done trabajó sobre el papel modulador de los núcleos amigdalinos y la integración sensorial, así como en los procesos de aprendizaje, memoria y planificación de la conducta.
                   


           Participó activamente en la creación de sociedades científicas europeas EBBS (European Brain and Behavior Society) y ENA (European Neuroscience Association).
Entre 1953 y 1975 fue Colaborador, Investigador y Profesor de Investigación del CSIC, y creó en 1957 el Departamento de Biofísica. Investigador Visitante en las Universidades de Utah, Iowa y New York, fue también catedrático de Fisiología en las Universidades de Córdoba (1975) y Salamanca (1978-1986). Entre otras distinciones obtuvo el Premio Nacional de Ciencias en 1960, académico de honor de la Academia Nacional de Medicina de Colombia y asesor científico de la “Fundación Gregorio Marañón”, fue Académico de Número de la Real Academia Nacional de Medicina, sillón Nº 29. A Antonio Fernández de Molina le debo yo un imperecedero recuerdo de gratitud por todo lo que me ayudó, no sólo en los comienzos de mi carrera científica acogiéndome en su Departamento como becario, sino también como consejero y amigo durante toda su vida.  Aparte de su trabajo como investigador y de sus numerosas publicaciones en revistas de relevancia, uno de los méritos que yo considero de más valor en la carrera del profesor Antonio Fernández de Molina fue conseguir que España fuera incluida en el prestigioso Programa Internacional de Becas de los National Institutes of Health (NIH) de los Estados Unidos de Norteamérica, cuyo programa administró durante varios años. Representó un avance de enorme relevancia en el desarrollo de la investigación biomédica en España por la gran cantidad de becarios que se formaron como investigadores gracias a este program (entre los que me encuentro). Falleció el 17 de Febrero de 2007.


           Cuando me integré en el Departamento de Biofísica en 1960, con mi flamante nombramiento como "Becario sin beca" (aún guardo un oficio amarillento que data de 1964, firmado por el secretario del CSIC, con este nombramiento), el primer trabajo que se me encomendó fue ir a pescar renacuajos. Sí, me explico: el doctor Molina estaba trabajando en el estudio de los potenciales de acción de las motoneuronas de la médula espinal de la rana. Tenía instalado un completo y moderno sistema de registros intracelulares y necesitaba conocer la estructura y morfología neuronal de la médula espinal de este batracio. En vista de mis resultados obtenidos anteriormente con el método de Golgi, el doctor Molina me pidió que intentase obtener algunas buenas tinciones de las células de la médula espinal para lo que pensé que sería mejor probarlo en embriones y animales jóvenes en los que se obtienen las mejores tinciones con este método. Provisto de un frasco de cristal de boca ancha me acerqué al borde del canalillo, parte del cual bordeaba el jardín del Centro de Investigaciones Biológicas, donde conseguí “cazar” algunos renacuajos que, debidamente preparados, proporcionaron buenas imágenes de las neuronas del asta anterior de la médula espinal.

     Aquí es necesario explicar que el canalillo era la parte descubierta del canal de Isabel II que abastecía Madrid con el agua que venía desde el río Lozoya. Tenía un recorrido por la zona norte de la ciudad, con partes ocultas y otras descubiertas, bordeando el Museo de Ciencias Naturales y, cruzando por las calles de María de Molina y Diego de León, se dirigía hacia el Barrio de la Guindalera. El crecimiento urbano de Madrid obligó a enterrar el canalillo, pero a principios de 1960, aun quedaban algunos tramos al descubierto, uno de los cuales era este que pasaba desde la calle de Velázquez hasta la de Joaquín Costa describiendo un amplio semicírculo al que fácilmente podía accederse saltando la valla que lo separaba del aparcamiento en el jardín del CIB.

            Por lo que a mí respecta, y aparte de estos menesteres, empecé a preparar mi tesis doctoral. Estudiaba y trabajaba en un rincón en donde, a falta de mesa, había conseguido serrar por la mitad un viejo armario ropero de más de 2 metros de altura cuyas dos mitades me sirvieron de soporte para la tabla de la mesa, una enorme, vieja y gruesa puerta rescatada del almacén de maderas que Delfín y Sotero, carpinteros, tenían en los sótanos del CIB. Acabé mi tesis doctoral, que fue presentada en la Facultad de Medicina de Madrid en Mayo de 1962, dirigida por el profesor Fernando de Castro y el doctor Antonio Fernández de Molina. En 1963 marché a EE.UU. como becario post-doctoral bajo el programa de becas de los National Institutes of Health, integrándome en el Departamento de Anatomía de la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard, en Boston, bajo la dirección del profesor Sanford L. Palay.

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    El Instituto Cajal durante las décadas de 1960 y 1970. En 1960 el Instituto Cajal era un cadáver. Como se ha mencionado anteriormente, el profesor Julián Sanz Ibáñez había sido nombrado director del Instituto en 1946. Fue el responsable del traslado y en parte de su organización, durante su traspaso en 1957 al edificio de Velázquez. El profesor Sanz Ibáñez solía aparecer por el Instituto a media tarde y no todos los días. Era catedrático de Anatomía Patológica en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense, con el que yo había estudiado dicha asignatura. El profesor Sanz Ibáñez murió de forma inesperada en 1963 y para sucederle se presentó una terna integrada por los doctores Fernández de Molina y Jabonero, conocidos científicos estudiosos del Sistema Nervioso, y el profesor Alfredo Carrato, catedrático de Histología Vegetal y Animal en la Facultad de Biología de la Universidad Complutense de Madrid y a la sazón, secretario del Instituto Cajal. Fue nombrado el profesor Carrato como director, cargo que ocuparía hasta su jubilación en 1981.

              El profesor Fernando de Castro tenía sus aposentos en la segunda planta del CIB. Llegaba al Instituto a eso de las diez de la noche y allí solía permanecer hasta bien entrada la madrugada charlando con César Aguirre, uno de sus auxiliares de cátedra, con alguna de sus auxiliares de laboratorio o con el Sr. Álvarez, el dueño de la tienda de material médico que había en la calle de Atocha, casi enfrente de la Facultad y que, por lo visto, era gran amigo suyo. El profesor de Castro se había lamentado, en más de una ocasión, de tener que ganarse la vida como ayudante de cirugía, ya que el sueldo de catedrático no le daba para vivir. ¡Así se mantenía en España a un gran científico que estuvo en la antesala de los Premios Nobel! Cada cierto tiempo, ya bien entrada la noche, podía decir a alguno de sus ayudantes: “¡Que pase el becario!”. Ese becario era yo cuando estaba haciendo la tesis bajo su dirección. Le contaba un poco lo que estaba haciendo, le enseñaba algunos dibujos y esquemas que había hecho, me daba algunos consejos y hasta la próxima vez.

                Desde mi regreso de Estados Unidos de Norteamérica en 1966 hasta el traslado del Instituto a su sede actual en 1989, es donde yo realicé la mayoría de mis propias investigaciones sobre Anatomía de la Memoria, que habían de tener una repercusión internacional considerable a juzgar por los índices de impacto de las revistas en donde se publicaron (15)               

                Una de las pocas actividades, que recuerdo del Instituto en aquellos años eran las realizadas en un pequeño quirófano en donde una vez al año se sacrificaba un perro que traía Vargas, “el alimañero” (conocido personaje que se ganaba la vida de esta forma y que era capaz de traer, para experimentación, cualquier bicho que se le pidiese y que solo Dios sabe de dónde sacaba). Ayudado por Felisa de la Plaza, César Aguirre y Lozano, "el niño" (mozo del laboratorio), del pobre animal se obtenían cientos de preparaciones histológicas. Era una labor que podía durar varias semanas y que preparaban las auxiliares del profesor de Castro, obteniendo el material de los distintos órganos caninos (hígado, páncreas, cerebro, etc.) para las prácticas de los estudiantes en la cátedra de Histología de la Facultad de Medicina.

               El profesor Fernando de Castro, junto con Rafael Lorente de Nó, fue uno de los últimos discípulos de Santiago Ramón y Cajal, con quien comenzó a trabajar en 1916, y al que ya no abandonaría hasta la muerte de Cajal. Doctorado por la Universidad de Madrid en 1922, se dedicó al estudio de la inervación del “glomus caroticum”, una dilatación de la arteria carótida interna donde estudió las células glómicas que detectan los cambios de presión en los vasos sanguíneos (baro-receptores) y de la composición química de la sangre circulante (quimio-receptores). Si bien estos primeros estudios, publicados entre 1926 y 1928, le llevaron a las puertas del Premio Nobel, fue el belga C. Heymans, basándose en la función quimiorreceptora descrita por primera vez por Fernando de Castro, quien continuó una serie de trabajos por los que obtuvo del Premio Nobel en 1938. Siempre se consideró que Fernando de Castro debió compartir este galardón con el propio C. Heymans. Fue miembro honorario de la Facultad de Medicina de varias Universidades nacionales y extranjeras, laureado por la Real Academia Nacional de Medicina y, entre otros méritos y distinciones, en 1966 recibió la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio

             Fernando de Castro había sido invitado a contribuir con varios capítulos en el célebre tratado de neurología "Citology and Cellular Pathology of the Nervous System" de Wilder Penfield (1932), un clásico en el estudio del Sistema Nervioso y que yo mismo manejé con bastante frecuencia durante mis estudios posteriores a pesar de ser ya un compendio un tanto anticuado. La habilidad que Castro adquirió en la técnica histológica le granjeó ser elegido por Ramón y Cajal para publicar conjuntamente el famoso libro "Elementos de técnica micrográfica del Sistema Nervioso", en 1933, verdadero vademécum de técnica micrográfica, que para mí había de ser de gran utilidad andando el tiempo.

             En 1934 Fernando de Castro estaba becado por la Fundación Rockefeller en la Universidad de Turín trabajando en el laboratorio de Giuseppe Levi, famoso histólogo y profesor de Anatomía. Realizaba unos estudios sobre cultivos organotípicos de médula espinal del pollo. El profesor Levi, gran amigo de Cajal, dirigía el laboratorio de Anatomía Humana en donde cabe destacar que habrían de formarse tres estudiantes que obtendrían el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en años posteriores: Salvador E. Luria (1969), Renato Dulbecco (1975) y Rita Levi-Montalcini (1986). Por razones que no vienen al caso, el profesor Levi fue perseguido y encarcelado como opositor al régimen de Mussolini. Fernando de Castro comunicó este suceso a Cajal con lo que de Castro también fue objeto de vigilancia policial. Cajal, quien ya contaba 82 años, sin dudarlo ni un momento, escribió directamente al Duce enalteciendo la personalidad y categoría internacional del profesor Levi, solicitando su libertad así como señalando la importancia de los trabajos que se estaban llevando a cabo en su laboratorio. Aquella carta surtió el efecto deseado y, a los pocos días, el profesor Levi fue puesto en libertad. En la misma fecha en que Cajal escribiera a Mussolini, envió otra carta a su discípulo en la que le contaba lo ocurrido, carta que Fernando de Castro regaló a Levi como recuerdo a su querido amigo (16).

             Fernando de Castro murió el 15 de abril de 1967 y, según recuerdo, hubo de instalarse la capilla ardiente, preparada con toda urgencia, en el Museo del Instituto Cajal, lo que trajo no pocos dolores de cabeza a Avelino Pérez Geijo, administrador-gerente del CIB, sabiendo la gran cantidad de personas que se esperaba que pasarían por el Instituto a rendirle homenaje. Efectivamente, al día siguiente, en un interminable desfile de personalidades, académicos y profesores, dimos el último adiós a uno de los últimos representantes que quedaba de la escuela de Cajal (Lorente de Nó falleció en Tucson, Arizona en 1990).

     

  * * *  

          La renovación del Instituto Cajal. A finales de 1969 y principios de 1970 los campos tradicionales de la Anatomía, la Fisiología y la Psiquiatría, entre otras disciplinas relacionadas con el estudio del cerebro y sus enfermedades, experimentaron un crecimiento sin precedentes que dio lugar a la aparición de una nueva ciencia que se dio a conocer con el nombre de Neurociencias. Esta nueva disciplina se consolidó principalmente debido a los avances de la biología molecular, la electrofisiología, la farmacología y la patología entre otras. El estudio del sistema nervioso pasó a ser una tarea multidisciplinar abarcando cuantas especialidades pudiesen servir para entender el funcionamiento del cerebro. Buen ejemplo de ello fue la creación y fomento de sociedades y asociaciones que proliferaron prácticamente en todos los países interesados en el cultivo de la Neurobiología. La literatura científica no se quedó atrás y, así como a principios de 1960 era difícil encontrar más allá de media docena de revistas importantes donde publicar los trabajos de Neurobiología (quizá un par de ellas en Inglaterra, tres o cuatro en EE.UU. y algún Zeitschrift en Alemania), a finales de la década de 1960, Elsevier en Holanda lanzó sus “Brains”, Springer, en Alemania, no se quedó atrás con el lanzamiento de nuevas publicaciones y en Norteamérica aparecieron otras que, en conjunto, aumentaron considerablemente, y en muy poco tiempo, la tirada y la frecuencia de publicaciones sobre Neurociencias.

             Con la entrada en escena de las Neurociencias ya se pudieron meter en el mismo saco todas las "neuros" que uno pudiese imaginar, desde la neuro-genética hasta la neuro-linguística, pasando por la neuro-farmacología. Varios países, entre ellos España, favorecieron, financiaron y llevaron a cabo numerosos congresos, reuniones, aniversarios, encuentros, simposios y hasta una década dedicados al cerebro. Se patrocinan grandes proyectos, se promueven y financian congresos y workshops. Bajo el paraguas de esta renombrada disciplina, la Neurobiología, resultó fácil dar cobijo a toda una serie de investigadores que arrimaron al ascua su proyecto, venidos de otros campos, a veces ajenos o con relación muy tangencial, a los de la propia Neurobiología. Aquí caben igualmente médicos, físicos, químicos, biólogos, farmacólogos, informáticos, matemáticos y un largo etcétera, bastando sólo añadir el prefijo "neuro" a la disciplina que cada uno cultive, por lo que no resulta infrecuente la aparición de trabajos firmados por 20 o más autores en una lista que, a veces, aparece más larga que el propio resúmen que encabeza el artículo.

             A principios de 1980, con una democracia prácticamente recién estrenada, se respiraba en España un ambiente de renovación y cambio que, aunque por distintos motivos, recordaba al movimiento regeneracionista ocurrido a finales del siglo XIX. Este movimiento de renovación supuso también para el CSIC un cambio sustancial en la organización del Organismo. En el CIB había un número importante de investigadores que habían completado su formación en el extranjero, evolucionando científicamente e incorporando nuevas tecnologías y líneas de investigación de vanguardia. El Centro de Biología Molecular "Severo Ochoa", fundado en 1975, un centro mixto entre la Universidad Autónoma de Madrid y el CSIC, había reunido a varios de los grupos más activos en los campos de la Bioquímica y la Biología Molecular, muchos de ellos provenientes del propio CIB. Algo similar ocurriría con el Instituto de Investigaciones Biomédicas "Alberto Sols", también centro mixto entre la Universidad Autónoma de Madrid y el CSIC. Sin embargo, el Instituto Cajal no había incorporado los métodos y técnicas propias de una investigación puntera, habiendo quedado anclado en las propias metodologías de la época de su fundación, por lo que el equipo de dirección del CSIC se planteó como prioridad una renovación del Instituto basada en aquellas experiencias de renovación que estaban dando tan buenos resultados en otros centros de investigación (17).

          En 1981 se jubiló el Prof. Carrato como director del Instituto Cajal y el equipo de dirección del CSIC, presidido por Alejandro Nieto (1980-1983) como presidente y Emilio Muñoz como vicepresidente, consideraron que la renovación del Instituto podía ser un hito que mereciese la pena intentar como un primer paso de análisis crítico de la actividad científica de un centro del CSIC. Así pues, como primer paso, se nombró una comisión formada por varios investigadores entre los que figuraban José Gómez-Acebo, Ricardo Martínez (padre) y yo. A esta comisión se le encargó proceder a un estudio detallado de la situación del Instituto con una evaluación de las posibilidades de futuro según las modernas trayectorias científicas que habían llevado a cabo otros centros de investigación. Entre varios posibles evaluadores se decidió invitar a W. Maxwell Cowan del Salk Institute de San Diego, California (USA) y a Hendrik van der Loos, profesor de la Universidad de Lausanne (Suiza) para que llevasen a cabo un informe de la situación del Instituto, así como señalar cuantas sugerencias pudieran aportar para situarlo en el lugar que podía corresponderle como centro de excelencia.

          Ambos evaluadores procedieron a realizar, en distintos períodos, un informe detallado de los resultados obtenidos tras las entrevistas con el personal investigador y de la visita a los diferentes laboratorios y dependencias del Instituto Cajal, informes que fueron entregados a algunos miembros de la comisión y a las autoridades del CSIC en la primavera-verano de 1982. En honor a la verdad, se ha de decir que ambos informes fueron demoledores para el instituto. No obstante, de ellos se sacaron varias conclusiones y recomendaciones. La primera era que, tomando como patrón estándar el de otros centros de excelencia nacionales y extranjeros (el Dr. Cowan se refirió en varias ocasiones al Centro de Biología Molecular "Severo Ochoa", que había visitado), el Instituto Cajal no debería continuar en la situación que arrastraba desde los últimos años, situación que, por otro lado, había sido manifestada sotto voce desde hacía bastante tiempo y sin éxito. Particularmente se hacía notar la falta de liderazgo científico, el aislamiento de algunos miembros del Instituto y el tipo de investigación obsoleta, trabajando en problemas que hubieran sido de interés hace 30 o 40 años y congelada en procederes y técnicas de épocas pasadas. Ambos evaluadores hicieron bastante hincapié en el pobre equipamiento y organización de muchos laboratorios, la falta de espacio y el lamentable estado del animalario, si es que de esta forma podía llamarse a un oscuro y sucio cuarto donde permanecían estabulados gatos, conejos, ratas y ratones.

              Los evaluadores fueron muy críticos con el sistema de acceso a la carrera investigadora, que dadas las características del funcionariado español, habría de ser imposible implementar. En lo que sí hubo completa coincidencia fue en la necesidad de nombrar un "International Advisory Board", compuesto por media docena de científicos de renombrado prestigio y conocimiento de la moderna Neurobiología, que prestasen asistencia y consejo en la re-estructuración administrativa y científica del Instituto y que, periódicamente se comprometiesen a realizar un seguimiento de la actividad del Instituto.

                A la vista de todo ello, se puso en marcha la reconversión del Instituto Cajal que habría de llevarse a cabo bajo la tutela del vicepresidente del CSIC. Se nombró un nuevo director que recayó en la persona de Joaquín del Río, procedente del Instituto de Química Orgánica, se reorganizaron en la medida de lo posible,  la distribución de espacios dentro del Instituto y se procedió a la incorporación del grupo de Neurofarmacología del propio Joaquín del Río y del grupo de Neuroendocrinología procedente del Instituto de Endocrinología "Gregorio Marañón" del mismo CIB.    

                La reincorporación de otros grupos, incluyendo nuevo personal, becarios y personal auxiliar hizo insuficiente el espacio que disponía el Instituto Cajal en el Centro de Investigaciones Biológicas (CIB) de la calle de Velázquez, por lo que ya se había proyectado la construcción de un nuevo edificio en la Avenida del Dr. Arce, 37, en pleno distrito de Chamartín. El nuevo centro fue inaugurado en octubre de 1989 y a él nos trasladamos ese mismo año. Allí permanece el Instituto geográfica y científicamente aislado, sobre todo desde que el CIB se trasladó a la Ciudad Universitaria en 2004.

               En su ubicación actual, el Legado Cajal dejó de estar expuesto como en el museo que había anteriormente en el CIB. A pesar de que el proyecto del nuevo edificio contemplaba la instalación del museo en una de las alas del edificio, parece que primaron las necesidades de disponer de amplios despachos con mullidos sillones para dirección, administración, salas de reunión, secretaría y mantenimiento que finalmente se comieron el poco espacio de que se disponía.
            

               De todas formas en le biblioteca del instituto se instaló una pequeña exposición permanente en la que se muestra una cuidadosa selección de algunos de los objetos más personales e interesantes del Legado. El resto se encuentra protegido y almacenado en una habitación en condiciones adecuadas de temperatura y humedad a la espera de que algún día se decida instalar un museo, repetidamente solicitado por varias instituciones y colectivos, incluida la familia y herederos de Cajal. Es de suponer que en un nuevo museo podran exhibirse conveniente y decentemente el legado de Cajal, considerado el padre de la Neurociencia actual y maestro de maestros (18),  en justa y debida semejanza con lo que otros países han hecho con sus grandes figuras de la ciencia.         

                En el proceso de renovación del Instituto Cajal y siguiendo las recomendaciones de los evaluadores Cowan y van der Loos, en 1985 se nombró un comité externo de evaluación y que, según mis notas de ese mismo año, estaba integrado por E.Costa del National Institute of Mental Health (USA), C.Cuello de Oxford University (UK), H.M.Gerschenfeld de la École Normale Superieure de París (Francia), F.Reinoso-Suárez de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y H. van der Loos del Instituto de Anatomía de la Facultad de Medicina de Lausanne (Suiza).  Se supone que este comité debería venir al Instituto periódicamente y entrevistarse con los distintos grupos de investigación y proceder a una evaluación y asesoramiento sobre la labor realizada. A mi me consta que, desde que nos mudamos al nuevo edificio en 1989, este comité de evaluación ha debido venir dos o tres veces, pero mi laboratorio no recibió ninguna visita. A alguno de ellos los saludé por el pasillo y, la verdad es que me hubiese gustado que nos visitasen y oír alguna de sus recomendaciones sobre lo que estábamos haciendo. En definitiva, sé que vinieron, lo que no sé es a qué vinieron.         

                 Posteriormente fueron incorporándose otros grupos de investigadores procedentes de diversos centros que habrían de aportar nuevas líneas de investigación.  La dirección del Instituto ha permanecido  en manos de distintos investigadores que, con variable acierto y fortuna, habían de irse alternando en años posteriores sin mayor trascendencia que los trámites electorales y un gobierno tutelado. La elección de un nuevo director, según mi opinión, debería recaer en un científico de reconocido prestigio sin interferencias externas, "dedocráticas" o políticas, con el consenso de la junta de Instituto. No se me escapa que la tarea de director requiere una dedicación que alejaría a cualquier investigador de su trabajo, por lo que debería sugerirse la presencia adicional de una especie de director-gerente con poder bastante para llevar a cabo labores burocráticas y de organización interna, incluso las de concertación y búsqueda de financiación adecuada para la realización de distintos proyectos. A veces he pensado que podría ofrecerse la dirección del Instituto a algún importante científico extranjero de reconocida solvencia. Estoy seguro que más de uno aceptaría encantado.

                 Del Instituto salieron en los últimos años, varios investigadores hacia otras instituciones. Un caso paradigmático es el Instituto de Neurociencias de Alicante que funcionó como Unidad asociada al Instituto Cajal convirtiéndose posteriormente en centro mixto entre la Universidad "Miguel Hernández" de Elche y el CSIC. Entre otros ejemplos encontramos la Unidad de Investigación del Hospital de Parapléjicos de Toledo, que también recibió un buen número de personal formado en el Instituto Cajal.

                Si ha de hacerse una valoración de los resultados del proyecto de renovación del Instituto Cajal que se emprendió en 1981, y a pesar de los múltiples problemas y dificultades técnicas surgidos durante este último periodo, el resultado ha sido positivo. El nuevo Instituto fue construido siguiendo las recomendaciones más eficientes para resultar, sin lugar a dudas, un moderno centro con toda la dotación necesaria para el desarrollo de una investigación en neurobiología. Es actualmente un centro de referencia en neurociencias, no sólo en España, sino en el ámbito internacional amparado bajo la identidad que le proporciona el recuerdo y el legado de Ramón y Cajal. El Instituto cuenta actualmente con más de 200 personas entre investigadores y personal de apoyo y con una actividad científica materializada en un creciente índice de impacto fruto de los resultados de diferentes líneas de investigación que persiguen, en último término, entender el desarrollo, funcionamiento y patología de la estructura más compleja conocida, nuestro cerebro (19).

             En 2005 se anunció el traslado del Instituto Cajal a una parcela próxima al nuevo Instituto de Medicina Molecular Príncipe de Asturias (IMMPA) en el campus de la Universidad de Alcalá de Henares. El centro iba a convertirse en un referente mundial y disponer de la tecnología más puntera para recoger el  testigo de más de un siglo de esfuerzo científico en el campo de las neurociencias. En 2008 autoridades y demás figurantes se hicieron la foto con motivo de la colocación de la primera piedra. El edificio quedó terminado en 2011,  llegó la crisis y de aquella obra faraónica hoy solo queda el recuerdo. Unos cuantos millones de euros se fueron por la alcantarilla española del despilfarro y el instituto Cajal quedó donde estaba con una carencia de espacio realmente lamentable. Ha habido otros intentos de traslado como  a la Universidad Rey Juan Carlos y a otras como a la Complutense y a la Autónoma de Madrid, e incluso ha habido conversaciones con otras autonomías sin que hasta el momento se haya concretado nada.

 

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Bibliografía y referencias

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(1)   Capítulo reproducido de la 4ª parte de las memorias de Facundo Valverde, Los Recuerdos de una Vida. La forja de un científico. Pp. 150 y ss.  Edición numerada, © 2012, Montelouro. http://www.bubok.es/libros/235704/

(2)   González de Pablo,Á. (1998) El Noventayocho y las nuevas instituciones científicas. La creación del Laboratorio de Investigaciones Biológicas de Ramón y Cajal. Acta Hisp.Med.Sci.Hist.Illus, 18:51-79.

(3)   Fuente: Hemeroteca Digital, Biblioteca Nacional de España. Instituto Cajal. Vida Nueva, 26 de junio de 1898.

(4)    Santiago Ramón y Cajal. Recuerdos de mi vida. Edición de Juan Fernández Santarén. Colección de Clásicos de la Ciencia y la Tecnología. Fundación Iberdrola, 2006.

(5)   Escalona,J. (2002) Recuerdos personales del primer Instituto Cajal. Rev.Esp.Patol., 35:493-496.

(6)   Santiago Ramón y Cajal. El mundo visto a los 80 años. Impresiones de un arteriosclerótico. Espasa-Calpe, Colección Austral, Madrid, Octava edición, 1970.

(7)    Santesmases,Mª.J. (2001) Entre Cajal y Ochoa: Ciencias biomédicas en la España de Franco (1939-1975). Cap. 3. El legado de Cajal en la reconstrucción del sistema de investigación en España. Pp. 38-58. Ministerio de Ciencia y Tecnología, CSIC.

(8)   de Carlos,J.A. and Pedraza,M. (2014) Santiago Ramón y Cajal: The Cajal Institute and the spanish histological school. Anat. Rec., 297:1785-1802.

(9)     González Santander, R. (2005). La escuela histológica española. VII. El Instituto Cajal. La guerra civil y la posguerra (1936–1943). Madrid, Spain: C.E.R.S.A.

(10)    Castillo Martos,M. y  Rubio Mayoral,J.L. (2015) Enseñanza, Ciencia e Ideología en España (1890-1950). Diputación de Sevilla y Vitela Gestión Cultural. Resúmen: https://elpais.com/elpais/2015/07/24/ciencia/1437736052_945031.html

(11)   Puig-Samper,M.A. (ed.) (2007) Tiempos de investigación. JAE-CSIC, cien años de ciencia en España. Anuario de Estudios Americanos, 64:349-355. (Edición digital).

(12)   Ramón y Cajal Junquera, Mª.A. (2002) Orígenes del Museo Ramón y Cajal, del Legado y sus vicisitudes. Rev.Española de Patología, vol. 35, nº 4.

(13)   Fernández Santarén, J.A.  (2014) Santiago Ramón y Cajal. Epistolario. La Esfera de los Libros. Fundación Ignacio Larramendi. Comentario, resúmen: https://elpais.com/elpais/2014/12/05/ciencia/1417797116_115510.html?rel=mas

(14)   de Castro,F., López-Mascaraque,L. and De Carlos, J.A. (2007) Cajal: Lessons on brain development. Brain Res.Rev., 55:481-489. (Contiene algunas de las fotografías y dibujos más representativos de varios trabajos de Cajal).

(15)   Valverde,F. (1971-1991) Anatomía de la Memoria. Véase Ref. (1).  http://www.montelouro.es/Anatomia%20de%20la%20memoria.html

(16)   Diez cartas de Santiago Ramón y Cajal a Fernando de Castro. Ejemplar numerado impreso por su hijo Fernando-Guillermo en 1972, quien tuvo la gentileza de regalarme un ejemplar.

(17)    Borrell,J. (2010) El Instituto Cajal en el Centro de Investigaciones Biológicas. Cap. 8, pp. 131-144. En: Los cincuenta años del Centro de Investigaciones Biológicas, su impacto en el desarrollo de las Ciencias Biológicas en España. Coordinador: Vicente Larraga. Fundación Ramón Areces.

(18)    Santiago Ramón y Cajal. Tribuna. Varios autores. El País. https://elpais.com/tag/santiago_ramon_y_cajal/a/

(19)    Bienvenidos al Instituto Cajal. http://www.cajal.csic.es/

(*) Facundo Valverde
Profesor de Investigación
Instituto Cajal (CSIC) 1962-2005

 

 

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